Algunos sábados busco un
determinado canal de la televisión y trato de ver o escuchar una tertulia, o
amago de feroz debate, que se teatraliza
con nocturnidad y alevosía.
A la derecha de los espectadores
se sientan unas hortalizas bien vestidas, relucientes al gusto de quien les
paga y contrata, con una verborrea “democrática” recién adquirida en un “todo a
cien”, que una semana si y otra también, desgranan su baratija.
Hay uno de ellos, que pasa por
periodista, pero que parece un marqués francés de antes de la guillotina, que
interpreta el papel de “moderno”. Todo lo que no encaja en su espacio mental de
“gentleman” asilvestrado por el capital y la banca, es antiguo, pasado de moda
y arbitrario frente al orden. “Su orden”. Que es el mismo de su abultada
nómina.
Otro es un matón de barra de bar.
Un “chulo tabernas” que impide hablar e
interrumpe continuamente a quien considera un detritus de la izquierda, que
además, para él, que tiene un sospechoso apellido, es infecta por naturaleza.
Representa muy bien a lo que representa. La democracia de los puños y las
pistolas.
Y hay un tercero que es un charco
de la idea. Hace, semanalmente, un recorrido planetario por todas las tertulias
y espacios de opinión de esta desgracia de país –con sus chorreras o medios
informativos- haciendo de felpudo. De quita vergüenzas, portavoz y lameculos de
su amo, supremo cruasán caliente de la una quimérica eficacia y moral política.
El basurero queda, a los pocos
minutos, tan repleto, que mi hígado se rebela, y bajo condena de estar insomne
toda la noche tengo que cambiar de canal. No me pierdo mucho, porque el
discurso es el mismo en cada semana, en cada año y en cada milenio. Quien
elabora, desde el sur del mediterráneo y el sobresueldo, el argumentario para parlamentarios,
concejales y cargos de un partido de recortes y corrupciones, les pasa puntual
copia. Y todos argumentan al mismo y papagayeado dictado.
Los tertulianos, como malos
actores sin energía, nos dan cada semana “su cante”. Impostado. Sólo que
nuestra biología se defiende y, ante la enfermedad viral que transmite por el éter,
se apresura a apagar el televisor. O
como un vecino de calle, al que oigo pero no conozco, que suelta su adrenalina
y manda cada sábado, especialmente a uno de estos tertulianos del cheque
cobrado, a ese sitio tan cerca de lo escatológico como fecal.
De pronto me he tropezado con la
palabra. Esos tertulianos, ese país y esa opinión que les paga por intentar
lavarles su sucia cara es eso: fecal.
Despierto, y bostezando, los mando al mismo sitio que
mi vecino.
Muy acertado, mi actitud mas o menos igual, aunque yo además de enviarlos al mismo sitio, me acuerdo de alguna familia, gracias por tu constancia...
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