Era un país muy dado a los “frentes”. A los bastiones, a las adhesiones
inquebrantables y a los brazos incorruptos.
Una mañana, por ejemplo, un
periódico “progresista” local podía encabezar su, llamémosle “información” -frentismo
puro-, con el alborozado titular del
neutral informe de un ministerio de Hacienda,
dirigido fuera de toda sospecha de
manipulación, por un hombre mosca, o
“monte de oro”, a mayor gloria suiza de los defraudadores del frente “patriótico”
unido.
El ministerio, o sardina asada de aquel
cortijo, terciaba en una polémica ciudadana dándole la razón, con armas y
bagajes, a unos santos varones de sotana y coronilla, que habían hecho un
expolio, -como una “catedral”-, a una desgracia de ciudad con un 45 por ciento de parados y con el mayor censo de jóvenes expectante de trabajar como camareros o fregonas de piso
de hotel. Toreando, de capote, a la verdad,
la historia y el bien público. El frente “taurino” local.
Al margen, y como celebrándolo, las
autoridades, al completo, se reunían en un aquelarre de mediodía, con banderitas,
sombreritos de alto standing, toritos simulados y recortadores de cuernos
propios y ajenos, a reírle las gracias a
un bufón octogenario, en un pase de modelos de capas de diseño pero no menos horteras,
para mofa, befa y escarnio individual y colectivo de la lamentable realidad de
las ciudad y gentes que mal gobernaban. El
amor a los alamares y a la sangre de los toros. El frente “taurino” provincial.
Esta era la putrefacta realidad,
adobada de catas de vino y cofradías salmorejiles. En el límite poliédrico del horror infinito,
un concejal en activo subía a una tribuna de una institución oficial, sostenida
con los irredentos tributos de los desastrados ciudadanos, a decir sólo una cosa: “Estés donde estés,
pide salmorejo cordobés”. Y se bajaba, radiante y sonriente a los asientos del
público, entre una salva de aplausos de la paranoia asistente. Toda la
concreción intelectual, profesional –cobra 80.000 euros al año- y ética daba
para este monumento a la estulticia. El
frente “borrachil” de la ciudad.
La televisión estatal dedicaba
los primeros veinte minutos de sus telediarios o atentados informativos a
relatar todos los pormenores de la ceremonia de santificación de dos papas,
indulgentes, tolerantes y amparadores de cientos de miles de delitos de
pederastia. El frente “manipulador” nacional.
El país se desangraba entre la corrupción y el
fraude, la evasión y el insulto consciente a miles de desempleados –“no sirven
para nada” decían honorables representantes de círculos patronales. El frente “hitleriano”
nacional.
Una reina ataviada de blanca mantilla, acompañada de un rey cojo,
tartamudeante y desastroso, separados en
la vida “real”, infieles hasta la extenuación, representaban ante el papado santificante
el vapor perfumado de aquella mierda de
familia, país, nación, estado y dirigentes. El podrido “frente monárquico
nacional.”
Pero era primavera, el campo
vestían sus mejores galas, rojas, moradas y amarillas, los gánsteres copaban
los cargos públicos, los bancos nos esquilmaban, la policía nos despelotaba,
los partidos nos robaban, los presidentes nos mentían y, en medio de la
ciénaga, toda la piara de cerdos formaba el “frente nacional”. O pocilga.
A mayor gloria de su televisión
oficial y sus periódicos… “progresistas”.
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