Érase un país construido
cínicamente sobre la mentira. Todos eran reos y esclavos de ella. Su monarca
era un sátrapa mujeriego y borracho, que se había laureado como “defensor de la
democracia” cuando había sido el instigador de una balacera decimonónica, un
golpe de estado de bigotes y tricornios.
Sus políticos y partidos eran
asociaciones de malhechores que se repartían el botín, a medias, con banqueros
y obispos. No se sabe si más corruptos que mentirosos, o viceversa.
Su jerarquía religiosa era una
borrosa camada de ladrones, iluminados y pederastas, que habían instigado media docena de guerras
civiles por un quítame allá ese catecismo,
que no pagaban un céntimo de impuestos y diezmaban sin pudor a las arcas
públicas en nombre de la paz y el amor de Cristo.
Su justicia era una entelequia
reaccionaria, desnuda de moral, mentirosa y perversa. Protectora y defensora de
los poderosos, inclinada al soborno y a los ojos ciegos de lo injusto.
Su ejército, fuerzas armadas y
del orden estaban al servicio de quienes les pagaban, desnudando a menudo los
huesos mondos y lirondos del pueblo oprimido y estafado.
Sus instituciones, parlamentos,
ayuntamientos y medios informativos eran la pura encarnación de la mentira,
diaria, mendaz y fundamental. Una substantiva esclavitud a la vileza ambiente.
Sus empresas y empresarios eran
chiringuitos especuladores y evasores de impuestos, sus 35 más importantes
empresas eras oficinas móviles de paraísos fiscales, su sector inmobiliario
eran los restos putrefactos de una
burbuja pinchada, sus cajas de ahorros y “bancos amigos” eran chapuceros
estafadores de ancianos e impedidos, sus
sectores energéticos eran clanes de estafadores de los consumidores cautivos, sus
ex presidentes eran carcamales roñosos, jubilados en la mentira.
El tacto, la cohabitación con la
mentira había podrido todo. Todo era presuntamente falso, real y coronadamente,
falso y mentiroso.
Sus héroes, sus nobles hombres
subidos a los altares, sus cantadas virtudes y gestas, su historia bruñida, era
pura y simplemente mentira.
Presumían de “patria” y de “nación”
y había, al menos, cuatro. Unos palurdos ganaderos de ovejas, le habían dado, a
garrotazos, su mentirosa unidad. Si se escarbaba superficialmente en su
historia, salían sus reyes felones, sus dictadores beatos e invertidos, sus
ministros de bragueta, sacristía o incensario, sus reinas con furor uterino y
sus infantas ladronas.
Imposible encontrar mayor
falsedad, toda junta, reunida y con el nombre de “patria”
Aquel desgraciado país debía casi
tanto como producía en un año, los ricos robaban y mentían, mentían y robaban,
el gobierno de lacayos mentía y legislaba, recortaba, expoliaba, ocultaba y
protegía a los mentirosos y ladrones.
Un profeta había cantado desde un
pueblo del Sur:
“De tanto beber mi sangre
vas a dar un reventón
a ver si se cumple el dicho
que te riegue el corazón”
Y un día, cuando casi nadie lo
esperaba, el país reventó en mil pedazos.
El pedazo más grande lo
encontraron en Suiza. En la cuenta cifrada de un banco.
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