(De mi libro sin publicar. “Memoria de veranos, pájaros y estrellas”)
Delgado, menudo, seco. Serio,
severo, austero. Ajeno a cualquier lujo. Frugal. Dispuesto.
Trabajar todos los días y a todas
las horas. Dormitar sobre la mesa. Leer el periódico todo el día de cualquier
día libre. Esperar, en vano, que cayera el odioso régimen. Confiado en los
maquis, en los aliados, en la reacción del pueblo. En vano.
Republicano, albañil, carpintero,
funcionario de carrera por oposición, depurado por “desafecto al régimen”.
Lucho en el frente de Madrid.
Espíritu del Sur –odiaba el frío- estuvo tres meses en el frente del Ebro con
mínimas de -20 º C.
Blasfemo empedernido, odiaba
medularmente a Franco, a los curas y la Iglesia. Admirador de los profesionales
de “su” oficio y de las herramientas, atribuía el progreso a estas.
Arrojado desde su infancia al
trabajo en el campo, admiraba las máquinas, las cosechadoras, los molinos
eléctricos, los tractores…
Sólo le interesaban las
“noticias”, el periódico y la radio. Oía a escondidas “la Pirenaica” y admiraba
a Azaña, Negrín y Largo Caballero. A Modesto, Dolores y Durruti. Solís le
sacaba de quicio y una docena de blasfemias.
Nunca supo lo que era un hotel. O
un restaurante. Y para él sólo existían las fondas.
Su felicidad era rajar una sandía
en verano o abrir un melón y juzgarlo sumariamente. Si no superaba la prueba
era condenado a ser picado, como un vil pepino,
en el gazpacho.
El primer gobierno socialista de
la democracia le reconoció su condición perdida de funcionario y al viejo
bolchevique le blandenguearon las ideas. Se hizo valedor y votante de aquellos
del capullo y la rosa. Nunca se lo perdonaré.
Delgado, menudo, seco. Mi padre.
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