Las declaraciones de Felipe
González mejorando a la dictadura de Pinochet sobre el actual gobierno de
Venezuela han podido ser el hecho desencadenante, pero la verdad es que mi
opinión sobre esa pamema que la idiocia colectiva llama “ejemplar transición política
española” se viene fraguando de lejos.
La viví en primera persona, como
sindicalista y militante de un partido político clandestino, pero a medida que
se sucedían los hechos, internamente, aumentaba mi decepción y una vaga
sensación de estar siendo estafado me rodeaba.
Valoremos sino a sus principales
actores. El abrumador peso de los hechos
ha dejado al rey Juan Carlos I en el lugar que la propaganda oficial nunca
quiso que estuviera. Se sobreentiende todo lo demás.
Adolfo Suárez es el que mejor
parado sale, pero su obscuro pasado franquista es imposible de borrar.
Felipe González se ha revelado
como paradigma del monumental fraude que supuso su partido y su política.
Impulsado como referente de la izquierda en un operación a golpe de dólar de la
CIA y la socialdemocracia europea, ha dejado atrás en su reaccionara evolución
a los que fueron sus mentores. Cómplice protagonista del atraco-estafa de las compañías eléctricas a todos los españoles,
tiene la “X” del Gal encima, ahora que se dedica a defender a las
multinacionales y a los golpistas de la banana.
Santiago Carrillo, el más lúcido
de todos, se equivocó gravemente. Literalmente acojonado por los militares,
echó por la borda la heroica lucha del PCE durante la dictadura: pactó una
indecorosa Monarquía y el acatamiento a unas reglas de juego (Constitución) que
esquivaban libertades esenciales y una “ley de punto final” que amnistiaba
fundamentalmente a los verdugos de tantos crímenes del franquismo.
Manuel Fraga no engañaba a nadie.
Era lo que era: un fascista en ejercicio. Que fundó un partido fascista, ladrón
de recursos públicos en beneficio propio –del partido- y de los millones de
corruptos que se le agregaron.
El papanatismo infuso ha
disfrazado de “transición ejemplar” lo que no fue sino un puro chalaneo entre el
ruido de sables y fascismos encubiertos de democracia de arribada. Esos cuarenta años de nuestra historia,
glosados por papagayos y politólogos de ocasión, son en realidad “más de lo
mismo”. La puesta al día que la oligarquía financiera tuvo que hacer para hacer
el paseíllo en Europa y seguir expoliando a conciencia a un pueblo. A todo aquel al que no había
fusilado, masacrado o enterrado en cunetas.
Pasada la decepción y el desencanto,
nos queda la realidad. Odio a ese tiempo y a quien lo glosa y este en que
vivimos no es sino el resultado de tanto engaño. Consentido, en buena medida.
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