En la Grecia antigua, cuando Alemania era un erial, Sócrates
en el ágora, después de dar una profunda lección, exclamó: “Solo sé que no sé
nada”. Y viendo que los discípulos sonreían, añadió: “Pero vosotros tampoco”.
El pensamiento crea la realidad. Lo dijo Hegel. Y ahora han
creado una realidad para masacrar a un pueblo, del que le deben hasta la mitad
de sus palabras. No le deben la “democracia” porque es algo que no gastan. Son
el IV Reich y su presidenta no tiene un bigote como Charlot, pero como si lo
tuviera.
Y tienen una colección de idiotas, analfabetos de lengua
extranjera, lectores fanáticos de una mala prensa de mal deporte, que vienen
a ejercer de, nada menos, que de presidentes de gobierno o ministros de
la Virgen del Rocío. En sus satélites.
Lo que hoy llamamos cultura política consiste en mentir y
desmentir, en fingir y en volver a mentir.
Un candidato a presidente puede mentir en un debate pre electoral
televisado hasta caer extenuado. No pasa nada, cuando debe hasta de callarse,
las encuestas dicen que su partido, trufado de delincuentes, corruptos
exponenciales y tesoreros ladrones, su partido, volverá a ser el más votado.
“Sólo sé que no se nada”. Creo que mi democracia perfecta es
una mecedora en la azotea de mi casa, mientras contemplo, a lo lejos, lo que
queda de ciudad. Y sobre todo de sus habitantes. Se trata de un tejido de certezas, basado en
la caricia de la brisa de algunas noches de verano, y al margen de eso, casi
todo es mentira.
Si, sólo sé que no se nada y que soy un “pitufo gruñón” pero
mi pobre realidad no es virtual, hay quienes la virtualidad son ellos mismos. Son
una realidad ficticia, creada por una
lanzadera de palabras de teórica “izquierda” –en ellos todos es teoría- que va y viene movida por la prisa en alcanzar
sillones, sin dar tiempo a pensar en daños colaterales.
Con hilos de corrupción, nuestros poderes fácticos han
creado una tela podrida. Es su Europa, su España, su Democracia, su Fondo
Monetario, su Parlamento de mentiras y su televisión de degustación de fachas
al limón.
Para los antiguos griegos, Dionisios era la divinidad
protectora de la vida y símbolo del placer, el dolor y la resurrección. Durante
la época de la vendimia en su honor se cantaban a coro distintos himnos
llamados ditirambos. En los poblados y en las plazas, donde el público danzaba,
50 coreutas hacían una ronda alrededor del altar.
Representaban a los "hombres cabrones" o
"sátiros", seres mitológicos
que tenían cuerpo de hombre y piernas de cabra que lamentaban la desgracia de
la “polis”.
Pues eso, 29 cabrones, se han reunido en la polis de
Bruselas.
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