Hoy se inicia en la localidad holandesa de Utrecht la 102 edición del Tour de Francia. Nunca podré explicármelo racionalmente, pero siempre he tenido una especial atención por este evento deportivo.
Cuando era pequeño oía con avidez a través de la radio las
escasas noticias que sobre el desarrollo de etapas, puertos y clasificaciones
se daban en aquellas arcaicas emisoras.
Quizás su asociación al verano y un tipo de vacaciones, el
seguimiento en la siesta de aquellas míticas cimas de los Alpes o los Pirineos,
fueran el nexo, el punto de vinculación con una épica deportiva que se nutrió
de Bahamontes, Anquetil y sobre todo de Eddy Merck.
Lo que sigue es un intento entre lírico y soñado de lo que
fue y de lo que es el Tour.
“Al principio fue el sudor, la sed, el dolor o la fatiga. Más
allá de las líneas de salida o de llegada estaba el calor, la siesta infantil
contemplando el sinuoso dragón de los maillots. Se confunden con la raya del
horizonte, en la campiña francesa, orlada de “chateaux”, luces y vientos. Y dos
planetas: el del triunfo, el que alza los brazos y el de las sombras, el de los
farolillos rojos. Algún “routier”, algún “sprinter” o “grimpreur” que nos
rescata o nos ahorca.
Siempre entendí una simbología. La del sacrificio y la de la
desventura. El caballero rodante reforzado en sus piernas-acero por la fe en el
triunfo y por el valor en el esfuerzo.
Eran duros los veranos en la pobreza, pero teníamos la satisfacción del
premio a los mejores. El maillot amarillo de las empresas románticas.
Subimos al Tourmalet de la mano de Bahamontes, le ganamos
todas las batallas al reloj de la de Anquetil, sufrimos la desgracia de la
caída en Alpe D`Huez bajo el sillín de Ocaña, “el francés de Cuenca” y fuimos
reyes del pueblo llano con el gran Eddy, rutilante en el Puy de Dome.
Los humildes nos identificamos con la sombra, bajo el sol de
julio, de Perico. Le ganábamos la batalla al destino corriendo hasta la
extenuación virtual por el interminable Ausbique de todos nuestros estíos. Teníamos
más rabia que dolor, mientras el mercurio ascendía, imperativo del verano
igualitario y aquel pelotón absolvente de las glorias soñadas.
El Tour mutante de cada verano que nos refrescaba las noches
ardientes, silenciosas, bajo los secretos velos de una gloria solar, la que
culminaba, antes de empezar agosto con la gloria de los Campos Elíseos.
El Arco del Triunfo de los guerreros del pedal. “
No hay comentarios:
Publicar un comentario