Cálmate, pues, marquesa mía
reposa aquí un momento
olvídate del tormento
de perder la mayoría.
¿No es verdad, ángel de amor,
que de Coruña a Sevilla
robamos desde una silla
hasta la Cruz del Señor?
Esta Gurtel nos llena
de pasta todos los sobres
de aquellos peperos bordes
en ardorosa faena;
esa Púnica morena
que contrata sin temor
al alcalde pecador
que marjaliza el día,
¿no es cierto, Aguirre mía,
que el PP lava mejor?
Esa armonía que siento
recogiendo estos millones
de Granados y sus “c…….”
que agita el ayuntamiento,
ese corrupto por ciento
con que hurta este “tenor”
de Madrid y alrededor
Valdemoro y compañía.
¿No es verdad, multada mía,
que puedes aparcar mejor?
Y estas palabras que
están
filtrando insensiblemente
tu hermosa cuenta corriente
que en Suiza contaran
y cuyos dígitos va
inflando el
interventor
al partido estafador
no juzgado todavía,
¿no es verdad, Esperanza mía,
que están subiendo el mibor?
Y genoveses ufanos
que se lo llevan tranquilos
sabiéndose tus pupilos
y alumnos del Mariano.
Evaporarse, cristianos,
que todas las cuentas B
yo nunca recordaré.
¿No es verdad, colega mía,
que ya no sientes pudor?
¡Oh! sí, arrugada doña Inés,
espejo y luz de mis
ojos;
escucharme sin enojos
como roban a manojos
y después salen por pies;
mira aquí a tus plantas, pues,
todo el altivo cercano
del Tenorio Mariano
al que la barba crecía,
en Galicia, terra mía
mientras trotaba de amor.
DOÑA INÉS
Callad, por Dios,
¡don Mariano!,
que no podré resistir
mucho tiempo sin morir
el calor de este verano.
¡Ah! Callad, por
compasión,
que oyéndoos me parece
que el Granados enloquece
y cantata en la prisión.
¡Ah! Con lo de esta gentuza
sin deciros que esté mal
ya me veo de reclusa
en la de Soto el Real.
Tal vez poseéis,
Tenorio
un misterioso amuleto,
un mensajito secreto
oculto en vuestro escritorio.
Tal vez Satán puso en vos
un cuerpo de Pontevedra
el rostro como una piedra
trotando por el alfoz.
¿Y qué he de hacer,
¡ay de mí!,
si aparcando en la Gran Vía
yo perdí la mayoría
y oposición soy aquí?
No, don Mariano mío
resistirte no está ya;
yo voy a ti, como va
sorbido al mar ese río.
Tu gobierno me enajena,
tus palabras me alucinan,
ya no piso la oficina
y mandando está Carmena.
¡Mariano, yo te
imploro
firma un decreto, ya, ahora,
y me haces senadora
y cobro de ese tesoro!