He tenido un sueño. No sé si una pesadilla. Este país –o famigglia
- se despertaba en su rosada mansión y comprobaba la existencia de una cabeza
ensangrentada de caballo entre las sábanas de su actualidad.
“Don” Vito había vuelto a ser Presidente de Gobierno. Los “capos”
de la teórica oposición se habían abstenido en su nombramiento, haciéndolo posible,
tras mandar a “hacerle compañía a los peces” al que había dicho “no, es no”.
Una consegliere del Sur, aleccionada por un rollizo Don Ciccio, de piel pulida
en el Caribe mientras fumaba puros importados del despacho de Fidel, le hizo el
trabajo sucio y mandó a un Luca Brassi, asturiano, a presidir un fantasma
llamado “gestora”.
El país circulaba entre “negocios” de caporegimes”. Las “eléctricas”
campaban por sus respetos, cortaban la luz a ancianas que morían incendiadas
por sus velas, mientras la energía subía un 60 por ciento en cinco años. Las “cuatro
familias de banqueros” se repartían el pastel. El capo-ministro de Hacienda
hacía amnistías fiscales para blanquear los capitales evadidos, la “trattativa”
del Gobierno del “Godfather”” con el “Forza los nuestros” de Panamá o Suiza.
Un día, la “Mamma” de aquesta “famigglia” apareció muerta en
su hotel. Se había tomado un whisky y una tortilla antes de irse a la cama. Una “Omertá” consensuada antes de tener que
comparecer ante el “Gran Tribunal”.
Doña “Cospedala Finiquito” llevaba a su ministerio a “tiburones”
de la “Cosa Nostra” y el imperio se consolidaba con el respaldo de los “Big
Brothers” del barrio europeo. Un “pezzonovante”, caído en desgracia por un
quítame allá 42 millones en Suiza, señalaba a un “consegliere” o señorito del
Sur, como pactante de un acuerdo “entre caballeros”.
Todo el país apestaba a Chicago. Sicarios de gran y medio
pelo llenaban los ministerios y consejerías.
Todos los estamentos estában
apestados de mafiosos que cobraban comisiones, subvenciones y donaciones.
Acribillaban desde el estribo de su “PPartido” en marcha a pensionistas, jóvenes
en paro y mujeres sin contrato. Tenían el sombrero Borsalino puesto, los ojos
abiertos a lo que pudiera caer.
Sobre el pueblo, ignominiado, bajo las balas de la Ley Seca
de los Derechos Laborales, se extendían los cementerios.
Todavía no he despertado del sueño. Creo que no se puede
despertar.
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