De la ya muy lejana infancia
guardo un recuerdo cinematográfico: los decorados de cartón piedra de las
películas de Samuel Bronston. Aquellas masas informes que lo mismo servía para “ambientar”
una película en el Egipto de las pirámides, que un circo romano con sus
gladiadores y todo.
El “Superdebate a 4” del pasado
lunes me retrotrajo a ese attrezzo. Todo
era grandilocuente, con una trascendencia aumentada y vendida televisivamente
como un combate de lucha libre. Puro cartón piedra.
La realidad no es que el debate
estuviera acartonado –que lo estaba y en considerable medida- sino que es el
país –y sus habitantes- los que estamos acartonados.
Hay un 30 % del país que es
inmune a una corrupción generalizada y sistémica. Roben lo que roben, hagan lo
que hagan, mientan lo que mientan: ellos votan al poder, al status quo, a la imagen
que le venden las televisiones afines y sus “salvames” de la hora de la siesta
en el sofá.
La corrupción nos cuesta 80.000
millones al año que se detraen de nuestro bienestar común y de nuestros
impuestos. ¡Les da igual! Ellos votan a un señor que miente más que habla, que
baja impuestos con una mano y los sube con la otra.
El debate nos mostró esa realidad
acartonada. Tres moderadores del establishment haciendo un ridículo papel de
cronometradores oficiales de la “Vuelta a España” y a cuatro vendedores de
plumas y crecepelo.
A Rajoy le tocó el papel de
interpretar el papel “institucional”. Un señor que convive desde hace treinta
años con las cajas en B, la financiación ilegal, las comisiones en negro y los
sobres llenos de billetes para representar el papel de la “responsabilidad de
Estado”. Entre trágico y cómico.
Cercado, no por los debatientes sino por la realidad, enmudeció durante
cinco segundos cuando se había hablado de la corrupción, de “su” corrupción.
Cuando reacciono sacó el consabido “y tú más”, y hala, a presumir de haber
ganado el debate y de responsabilidad y buen gobierno.
Pedro Sánchez es la viva imagen
de la derrota y la impotencia. Repartiendo a derecha e izquierda sin saber dónde
está él y, sobretodo, donde va a quedar. Con tantos enemigos internos como
externos parece interpretar un aria triste: la de la autoinmolación en el templo de la nada.
Albert Rivera es como un muñeco
de guiñol. En cada momento se nota que “interés” está tirando de su cuerda: ora
son los bancos, ora son los nacionalismos centralistas y en otras se nota
demasiado que es un “invento” de los que mandan desde la sombra. Cartón piedra, oportunista y con camisa
blanca.
Pablo Iglesias está demasiado
atrapado por su cliché. La imagen del “estadista” responsable le sobrepasó. No
obstante, como se moderó, no insultó, ni
gritó, ganó con creces el debate.
Lo malo es lo que hay al fondo.
El país está en quiebra: económica y de valores. Albert Camus lo entrevió hace casi setenta
años, La Peste, que asolaba un imaginario Orán es la misma que nos asola a
nosotros.
“Ha habido en el mundo tantas
pestes como guerras y sin embargo pestes y guerras cogen a las gentes siempre
desprevenidas. El doctor Rieux estaba desprevenido como lo estaban nuestros
conciudadanos y por esto hay que comprender también que se callara, indeciso
entre la inquietud y la confianza.”
Las ratas de la peste corrupta
están tan extendidas –el 30 %- que circulan por nuestras calles con absoluta
normalidad. O acabamos con ellas o perecemos todos.
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