Después de 53 años de vulnerar el
derecho internacional, después de 53
años de mantener una tozuda agresión, computable como infamia, después de 53
años de alimentar la miseria de un pueblo, después de 53 años de bloquear hasta
las minas de los lapiceros, en esta infinita patología de las mentes y los
hechos, van y dicen que todo ha sido un error.
El escenario es mucho más que el
derrumbe de una insidia, de una feroz acometida contra la democracia y la
libertad de los pueblos, posiblemente, en la historia moderna no haya habido un
mayor ataque a la dignidad y la decencia.
Dictadura decían, los que
invadían países, financiaban golpes de estado y repúblicas de la banana y la
tortura. Sus mentiras, sus cochinos, se han ahogado en su bahía. Sus pedregosos
presidentes del petróleo a golpe de invasión y guerra, sus encandilados
cancilleres de la tortura secreta, sus incordiantes espías de la intimidad y
teléfonos del orbe, se han retirado con el rabo entre las piernas.
Medio siglo de amenazas y
bloqueos, de saliva y saqueos, no le han valido de nada. O lo mismo que una
invasión con napalm y tanques a una jungla de héroes. En esta delirante patología
del neoliberalismo, del festín de las multinacionales y los banqueros
corruptos, emerge la dignidad de un pueblo vilipendiado por las cancillerías y
cavernas mediáticas de medio mundo.
Pero si, hay un pueblo que no se
pliega, que dedica sus esfuerzos a mejorar su sanidad, su medicina social y su
educación. A practicar con más eficacia y prontitud que nadie la solidaridad
internacional, cuando pasan las fotos y las cámaras de oportunidad, ellos
siguen allí, donde los tornados, terremotos o ébolas destrozan pueblos y
personas.
Este es el valor de su verdad,
frente a la grotesca mentira de la propaganda imperialista. Así queda convalidada
una revolución.
¿De qué dictadura habláis? ¿De la
de los agujeros negros de vuestros bancos o de los yates de lujo de vuestros
estafadores planetarios?
¡A la bahía, cochinos!
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