El crimen es para el capitalismo
lo que el misterio es para la religión; una zona inaccesible que protege a “su”
estado, “su” democracia y “su” fascismo.
La alta comisionada de las
Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Navy Pillay, valoró los ataques del
ejército de Israel en Gaza de forma taxativa: “podrían constituir crímenes de
guerra”.
Estamos gobernados y en manos de
criminales. De guerra y de paz. No sólo
están el gobierno de Israel, en la ONU, en Washington, en Moscú o en Kiev. Los
hay en las calles, los parlamentos, los ministerios, las playas y hasta en la
Moncloa.
Bombardean hospitales, a niños
que juegan al futbol o se jactan de las “bondades” de la Reforma Laboral. Da
igual, son auténticos y reales criminales.
Producen dolor, miseria,
indefensión o parados. No serian nada sin sus bancos, su doctrina liberal de
pacotilla, sin sus mentiras y su pacto con el incienso y la púrpura.
Los consejos de administración,
los salones de la Bolsa, las fábricas de armamentos, el fariseísmo indolente
del mal llamado “derecho internacional” y sus fraudulentas mayorías
parlamentarias son sus herramientas para devastar al mundo, a las personas y
sus derechos.
Entre óleos, cornucopias,
uniformes, plasmas y cortinajes convierten la política en escoria, el derecho
de gentes en bomba de racimo y la condición humana en crimen.
Se ha producido el fin de la
historia. Se invoca el derecho de autodefensa y se practica un impune genocidio
sobre un pueblo que come arena del desierto. Se habla de recuperación de la
economía y de la creación de empleo y hay tres millones de personas que no
tienen ningún ingreso mensual.
Drácula necesitaba la oscuridad
para gobernar sobre las gargantas. Estos, criminales de la guerra y de la paz,
lo hacen a la luz del día.
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