Estaba todo preparado. Todas las baterías
cargadas. Todas las cavernas dispuestas. A la campaña electoral de la derecha
le estaba faltando un muerto. A su épica de mártires de la razón democrática le
faltaba una víctima. Cuando determinado status social piensa que con su demagogia
habitual no les vale, siempre buscan una aportación funeraria.
Han vivido como usufructuarios de
la violencia de ETA y poco más tenían que aportar. Les salió el tiro por la
culata judicial con los escraches y sus coliflores mentales andaban navegando a
ver lo que encontraban.
El pasado lunes parecieron tocar
diana. Una presidenta de diputación muerta a tiros. Los “bienpagaos” de las tertulias, la razón cavernaria,
el abecedario facha, los inmundos, la carcundia de los obispos… se lanzaron a
degüello.
El clima de crispación social, la
exasperación dialéctica de la izquierda que no es capaz de soportar 6 millones de parados, ni 300.000 desahucios, ni unos “equitativos”
recortes produce la “muerte de sangre inocente”.
La sangre inocente tenía 13
cargos retribuidos, cobraba más de 150.000 euros al año, estaba procesada por
manipular unas oposiciones, era la cacique provincial de su partido y cargaba
como dietas de desplazamiento el menor de sus viajes.
Pero, oh, sorpresa, la homicida
no era ningún minero hijodeputa, ni ningún jornalero atraca-supermercados, ni
ningún desahuciado por un banco suizo. No, la homicida era del mismo partido,
de la misma tendencia, esposa (despechada) de un hombre profesional del orden,
había además, oscuras relaciones interpersonales, el despido de una hija, un
kilo de marihuana y un sombrero vikingo de por medio.
A la caverna se le había pinchado
el preservativo. El aborto del tema no lo arreglaba ni Gallardón. La rabia y la
impotencia por lo que podía haber sido y no fue le salía en forma de baba, como
espumarajo, por la boca de los ministros capellanes. Los grandes editoriales de
la prensa del régimen y de los bancos quedaban aplazados o tenían que dar un
giro.
Vivo en una tierra que utiliza la
escatología como fórmula descriptiva. Hago honor a ella y a mis raíces: ¡Se han
comido una mierda¡ Y hay quien avanza más y resalta el tamaño: ¡Cómo el
sombrero un picaor!
Pues eso.
¡Marchando una de calamares!
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