Pensión mísera, caridad, sopa y
policía: ésta será para siempre la dieta de los pensionistas en esta utopía
capitalista que ha terminado.
En un tiempo pasado se hacían
revoluciones, se cortaban cabezas y se asaltaban los palacios de invierno.
Ahora no. Ahora una ministra te manda una carta y te condena al hambre, “haciendo,
ella y su Gobierno, un gran esfuerzo”.
Exhaustos por el “esfuerzo” los ministros, los líderes de los partidos del
Ibex y el Opus, los bancos, los presupuestos de Defensa, las dietas, los coches
oficiales… creyeron que el hambre de la humanidad les era accesorio y se refugiaron
enrocados, en sus mayorías de ocasión, en el amparo de sus jueces comprados y
de su prensa vendida por treinta monedas de mentira.
Y, formando con ella una tempestad
que el viento de la postverdad alimentaba,
trataron de contener los diques del viejo orden. Algunos días de gloria
conmovieron entonces al mundo. Exaltados por las cartas ministeriales, por el
hambre de sus nietos o por el paro de sus hijos, los pensionistas más ardientes, blandiendo su
0,25 %, penetraron en moncloas, ministerios y
palacios y por un momento la rebelión y el hambre se unieron
a la rabia.
En esta dirección tomaron
parlamentos, senados, gobiernos autónomos, ayuntamientos y “cuevas de Alí Babá”
y comenzaron a arder decretos, ministras y constituciones interpretadas por
bien pagados perritos falderos.
La guillotina volvía a las calles,
el paraíso en la tierra era posible. Y pronto surgieron todos los desesperados
del país a formar un sindicato de agraviados: pensionistas, parados,
desahuciados, preferentistas, milagreros de la virgen del Rocío y receptores de
cartas innombrables… a llenar de aires de revolución las grandes alamedas de la
libertad.
De ese sueño los proletarios de
aquel país hicieron una patria común, sin banderas en los balcones y sin cabras
legionarias, la cual también dio cobijo a los parias y a los visionarios. La
esperanza sirvió para hacer una gran estampida de la sociedad en la que la
Revolución era iconoclasta.
La libertad convertida en otro
viento se llevó aquella jauría corrupta,
aquel sueño que el desencanto ya había arrebatado. A partir de ahora los
desesperados de la tierra no recibirán cartas del “gran esfuerzo” de modo que la revolución social se hará a
navaja, uno a uno, en cada esquina. Usted podrá realizar los esfuerzos que
usted quiera con su pensión sin que interceda la Virgen del Rocío, y donde no
llegue el pan llegará la guillotina del pueblo.
Servida por el poder, reinará la rebeldía;
en las esquinas se verán las caras de los corruptos y los genitales de los
ladrones del dinero público; todos los reyes se exiliaran a Santa Elena y los mastines
se mearan en sus coronas y toisones.
Y todo el mundo se ciscará en los
telediarios. Si ya no es posible un paraíso en la tierra, si impiden nuestros
sueños, no les dejaremos dormir.
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