Ya casi me he acostumbrado, pero tengo que hacerles la
revelación de que recibo una media de 30 anónimos al día. Por mi actividad en las redes sociales, por mi
opiniones en mis blogs o por dar mi opinión sobre las cosas que me rodean.
La mayoría de los
anónimos quieren “cortarme los huevos”, “fusilarme”, “llevarme al paredón” o mandarme a Venezuela, Cuba, Marruecos o
Cataluña.
El nivel de educación en esta cosa que llamamos España –algunos
con cuentas en paraísos fiscales le llaman “Patria”- no es muy alto en general
y en las redes sociales, en particular, es ínfimo.
Mientras entra el otoño y yo como membrillos y castañas
asadas, todos los días tengo que limpiar mis correos de una inmundicia
patriotera y olé. Los de “a por ellos” de las banderas y las montañas
nevadas, los viejos izquierdistas
reconvertidos en fachas de nueva planta y los sociatas del 7% de “somos la
izquierda” me hacen objeto de sus preferencias en forma de insulto macarra.
La sequía aprieta y donde más en las mentes de estos léganos
de la democracia adquirida en tómbolas siniestras.
A veces, me dan arrebatos, mando todo a tomar por culo, desconecto de estas maquinitas monstruosas y me
dedico solo a ver llegar olas a la playa de mi anarquismo, creciente día a día.
Días pasados descubrí un archivo en el que no había reparado
y era, cómo no, otro anónimo amenazante. Este para variar, decía: “Te voy a cortar
los huevos, maricón”. Por un momento pensé que si yo fuera un zombi, que
anduviera des-cojonado por ahí, creyendo que estaba vivo y que hasta escribía
cosas en forma de post o artículo.
Pero pronto me di cuenta de que no, que algo no cuadraba, que
yo nunca he sido maricón y que con 15 años ya andaba emborronando las paredes
con pintadas sobre ese aburrimiento llamado política.
Miré alrededor y vi los mismos débiles mentales de siempre,
un vecino que desayuna donde yo que no para de alabar las virtudes incontables
de Rajoy, otro que es un “jartible” del Madrid y de Ronaldo y la misma lluvia
antigua que no cesa.
Pensé que en realidad podía estar muerto por haberse cumplido
alguna amenaza sin darme yo cuenta, y que mi castigo, mi infierno, era tener
que soportar a esta gente toda la eternidad.
Y para completar mi pesadilla, yo estaba allí, cantando un
himno sin letra y con una bandera bicolor en la mano.
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