Érase un país hundido en la más infinita corrupción. Todo
estaba podrido. Una falsa democracia amparada en una falsa Constitución y
soportada por unos gánsteres a los que se llamaba “políticos”.
El presidente del falso Gobierno decía que “la corrupción
era una anécdota” y los teletipos de las noticias se reían a plena carcajada.
Decenas de casos de las más variadas corrupciones se descubrían cada día: desde
chorizadas urbanísticas de concejales de ayuntamientos de tercera a mafias
organizadas en todo el Estado, pasando
por Autonomías de distinto color político.
Imperaba la “Ley del 3%”. Las empresas se adjudicaban
contratos públicos “engrasando” previamente a los partidos gobernantes, a los
ministros, consejeros, alcaldes o concejales. Cada obra o proyecto tenía
sobrecostes espectaculares que doblaban o triplicaban el presupuesto inicial.
Se abrían cuentas en bancos de Suiza, Panamá, Jersey o
Delaware por cualquiera: familiares de la Casa Real, cantantes, deportistas,
folclóricas, tertulianos y el “coño la Bernarda”.
La evasión fiscal, la elusión de impuestos, el quebranto de
la economía pública, era el deporte nacional.
Los ricos pagaban el 6 % del PIB y los pobres el 94 % restante. La mayoría de
impuestos era indirectos y pagaba igual un parado que el presidente del Consejo
de Administración de un banco, jubilado millonariamente con una auto-indemnización.
Los Bancos sólo estaban para obtener beneficios, engañaban a
los pensionistas de forma “preferente” y si, por casualidad, tenían alguna pérdida,
había generosos rescates que pagaban hasta el 30 % de trabajadores que estaban
en desempleo crónico.
Una confesión religiosa estaba exenta de cualquier tipo de
impuesto, recibía una generosa financiación de las arcas públicas e
inmatriculaba como propia cualquier propiedad que pasara volando. Era la
primera propietaria de bienes inmuebles, con diferencia. Era reaccionaria en lo social, tenebrosa en lo
cultural y medieval en lo religioso. Participa con amplitud de participantes e
impunidad casi absoluta en la “multinacional pederasta” y sus obispos, haciendo
honor a San Pedro, eran “una piedra”. De dura y pesada.
Los partidos se financiaban así, ilegalmente, desde los tiempos de Maricataña-Fraga. Acudían
dopados a las elecciones que ganaban con el respaldo mayoritario de pucheros,
monjas, curas, frailes y retrasados mentales varios. Los días electorales se
llenaban de disminuidos físicos y mentales, arropados por monjitas de su asilo
que buscaban su sopa boba.
La Justicia y todas sus administraciones y manifestaciones
del poder de la ley, estaban “tomadas” por el poder de la “Cosa nostra”.
Tribunales Constitucionales, Supremos, Audiencias Nacionales, Magistraturas,
Fiscalías… estaban al servicio del Poder. El visible y el oculto. Condenaban a tres años de cárcel por el robo
de una bicicleta y dejaban en libertad sin fianza a los “investigados” y en
algún caso, condenados, por media docena de delitos.
Había una “Casta”, super-poderosa, de aforados, políticos activos y cesantes,
jueces, militares con o sin graduación que disfrutaba de privilegios,
pensiones, coches oficiales y pases gratuitos varios, con derecho de pernada
sobre el pueblo llano, esquilmado, estafado o desahuciado a quien todos le
habían perdido el respeto.
No había “pan para tanto chorizo”. Era el país del embutido.
Eran amos inmortales del cerdo. Cerdos todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario