Por su falta de fe en la izquierda, Pedro Sánchez se tuvo
que retirar con el rabo entre las piernas
a contemplar como Susana Díaz le
crece como un hongo venenoso en su cortijo de Andalucía.
Fe inmarchitable que tiene Mariano Rajoy, tumbado a la
bartola, viendo pasar por su puerta los cadáveres de sus enemigos. Él sabe que
a pesar de la diaria cosecha de embutidos existente en su partido, en este país o establo hay entre seis y siete
millones de ciudadanos a los que la corrupción, el abuso de poder y la evasión fiscal les parece pecata minuta.
Las cifras que expresan esta profunda crisis económica son
abstractas, porque en realidad la crisis no es económica sino moral. Siete
millones de votantes dan su voto a una
opción electoral que lleva años financiándose en negro, rigiéndose en cuentas
en B y recortando los derechos de los ciudadanos.
Esto es una hecatombe general pero se reduce a un drama
íntimo, no hay frontera entre el bien y el mal, a pesar de una teórica
conciencia cristiana y religiosa. Es admitir una sociedad de malhechores y que
además sean los que nos administren. Los enterradores triunfan en tiempos de
epidemia. Esta “masa” está dispuesta a enterrar a todos los demás con tal de
seguir viendo su tele basura y los goles de su equipo.
La crisis económica
crea un estiércol muy hondo que alimenta a toda clase de ratas y carroñeros. No
hay más que ver la televisión los sábados por la noche. En este momento alguien
está ganando mucho dinero, defendiendo como “comisarios” a esos gobiernos y a
esa “base social”.
Pero hay que resistir.
No puedes hacer como el Pedrito, que se acojonó con los barones de su
partido, afincados en la derecha real.
Hay que volver a los valores de la izquierda. La crisis y el mercado de
embutidos pasarán.
Y puede, que con la fe del optimismo, veamos algún día las
cárceles llenas y a los siete millones reconvertidos a una realidad electoral
justiciera. El pueblo, a veces, tiene una justicia que estremece. Mussolini fue
arrastrado por las calles de Milán tras su caída.
Yo casi me conformo con que
alguien le afeiten la barba en público.
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