Es curioso que a Richard Nixon lo
hiciera dimitir la opinión pública y la prensa norteamericanas no por espiar al
principal partido de la oposición en el caso Watergate, sino por mentir, por
decir que no lo había ordenado o que no lo sabía.
Rajoy dijo en el debate electoral
televisado el pasado 7 de noviembre que una de las tres cosas más importantes
que se le iban a requerir al Gobierno de la Nación sería que “dijera la verdad”.
Dicho y hecho. Desde entonces no
ha hecho otra cosa que mentir. Y ayer dio un paso más. En unas declaraciones a
Onda Cero hizo una apología abierta de la mentira al asegurar que “si tengo que
hacer algo que he dicho que no voy a hacer y es necesario hacerlo, se hará”.
Es decir que estamos advertidos.
Este gobierno es la mayor concentración de mentirosos compulsivos que ha
conocido la historia de nuestro país. No hablan, mienten. Por sistema, y se jactan de ello entre la
tontuna general.
Sin ir más lejos. Ayer, en esa
misma entrevista realizada por la mañana, este chiquilicuatre con barba que
tenemos por presidente aseguró que “es muy improbable que se inyecte ayuda de
dinero público a un banco”. Eran las diez y media de la mañana. A las catorce
horas se hacía público que el Gobierno ayudaría a Bankia con siete mil
millones. Y a las veinte horas la ayuda subía a diez mil.
Las mentiras, además, son de
corto recorrido, les duran apenas unas horas. No iban a subir los impuestos y
subieron el IRPF dos días después. No iba a haber recortes en sanidad y
educación y han dejado sus partidas temblando. No iba a haber repago
farmacéutico. Ni el despido libre. Ni a recortarse derechos laborales. Las
pensiones eran una línea roja…
El caso de Bankia es la
consagración definitiva del “estado del latrocinio”. No ha pasado ni un mes
desde el anuncio de los recortes de 10.000 millones en Sanidad y Educación y
ahora se destina la misma cantidad en intentar salvar las finanzas de un banco
privado, al que ya se la ha ayudado con 4.500 millones.
Es decir, que lo que ahorra un
enfermo catalán que paga cinco euros por día que está internado en un centro
hospitalario, un enfermo renal que paga las ambulancias que lo trasladan a diálisis
dos veces en semana , un jubilado que no “se toma un cafelito” para pagar sus
medicamentos, o un escolar que se reconcentra en un aula sin calefacción,
sirven para que los ladrones, chorizos y mangantes de las siete cajas de ahorros
que se reunieron en Bankia, entre ellas Bancaja, que sirvieron para pagar las
fianzas de Jaume Matas, los cien millones que cobró Calatrava por el proyecto
de Ciudad de la Ciencias, las impúdicas operaciones especulo- urbanísticas en
Madrid y Levante, los miles de ladrillos vacíos de inquilinos, la visita
fraudulenta del Papa….
Nadie puede tomarse en serio a
este país. Donde la palabra de su presidente vale menos que un peo de Esperanza
Aguirre, que ya es decir, donde se siguen tirando a cabras desde los
campanarios y donde un señor con bigote, tricornio y pistolón asalta nada menos
que la sede de la voluntad popular.
Este es un país de mierda, de pandereta,
de folclóricos y chiquilicuatres, dónde a sus sacrílegos políticos les importa un bledo
mentir y ciscarse, cada media hora, en su palabra.
Y nadie se rebela. Y se sigue
comprando pan, abriendo las discotecas y saliendo los ferrocarriles. Y nadie
pega un soberano puñetazo en lo alto de
esta mesa o cueva de ladrones.
Si su primer ciudadano se
desayuna cada día con media docena de mentiras, ¿Qué se les puede enseñar a los
niños en los colegios?