Si yo me llamara Florentino haría contratos con el Estado en
los que nunca perdería nada. El lucro estaría garantizado. Podría hacer una
plataforma submarina para almacenar gas y cuando los terremotos hicieran temblar
a media cuenca mediterránea, retirarme y cobrar 1.700 millones. De euros. Al contado y pronto. Tendría la presidencia
de un club de futbol o estafa piramidal y en el Palco de su estadio cambiaría sándwich
de pate de ganso por un contrato para hacer un túnel en los Pirineos o el AVE a
La Meca.
Si yo me llamara Florentino pondría cara de demócrata y de
no haber financiado nunca al partido que gobierna, de que la secretaria de mi
Junta Directiva, abogada del Estado, persiga fiscal, civil y penalmente a la
estrella del equipo rival, mientras le hacía cosquillas a la evasión a un paraíso
fiscal de 150 millones de los derechos de imagen de la estrella musculada del
mío.
Si yo me llamara Florentino mandaría en la sombra en este
país, mitad de chorizos, mitad de imbéciles, grado diez, y las gaviotas
sonarían en el interior de mi conciencia, la cual formaría parte de la niebla,
las dunas y mis empresas protegidas.
Si yo me llamara Florentino haría como el presidente del
equipo, rival local, y le compraría un ático en Estepona al presidente de mi
Comunidad Autónoma o Mafia Genovesa que me ingresaría por la venta y reventa de
unos derechos televisivos una pasta gansa.
Pero yo he nacido en Andalucía, donde de los perros se hace
longaniza. Donde la mitad de la población o está sin empleo o es pobre. O las
dos cosas a la vez. Y estoy condenado a soportar el fulgor de estaño de todos
los demagogos con carnet de social-liberal, se llamen Felipes Caribes o Susanas
Carajacas y no creo en las excelencias políticas ni de la madre que me parió.
Y, por regla general,
a mí se me aparece Dios cuando como los boquerones en vinagre envueltos en la luz de aceite de oliva de la
Taberna de la Beatilla. En esta tierra,
la verdad no habita en el cerebro ni en el partido de nadie. Todo está tan
envuelto en mentira que resulta una labor muy ardua descubrir cien gramos de
verdad.
¿Acaso Florentino no
es como un Dios del Olimpo que forman el “ABC”, Tele-5 y “La Sexta-Noche”?
¿Acaso Florentino no se forra cada jornada con
una ráfaga de inmortalidad extraída de los presupuestos y los dineros,
las miserias y el hambre de todos?
Florentino es como un tomate verde, que nadie se atreve a
hincarle el diente. Es como Berlusconi en versión M-30. No se mete en tantos
líos de faldas y cobra y recobra por las autopistas ruinosas. En este momento, por ahí delante pasa Dios.
Digo, Florentino.
Lleva a un colegio arbitral, tres fiscales y dos jueces y medio
cogidos de su hocico. ¡Es Dios, no lo estáis viendo! ¡Mariano, Susana y la
Gestora lo adoran!
No hay que morirse todavía. Florentino es inmortal. Ha
echado a veinte entrenadores, doce proyectos deportivos y ha cobrado 3.700 millones
en indemnizaciones. Uno siempre podrá
huir, tomarse un medio de moriles a la hora
de gloria del mediodía y Florentino estará ahí.
Si yo me llamara Florentino, cualquier día de estos me iba a
tomar por culo.
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